En estos días donde se ofrecen innumerable cantidad de cursos de capacitación, sería conveniente considerar que el curso por sí solo no nos coloca en el lugar de la persona que lo impartió, ni nos otorga todas sus habilidades. Al pensar de este modo, omitimos valorar el camino que recorrió la persona que imparte el curso. Del mismo modo, ignoramos que esa persona proviene de un sistema con valores, principios y reglas propias. Si tan solo nos concentramos en el resultado que es aquello que la persona refleja hoy, ignoramos el proceso que atravesó para llegar hasta aquí. ¿Dónde nació? ¿Cómo era su familia? ¿Cómo transcurrió su vida? ¿Qué dificultades encontró a lo largo de ella? ¿Cómo las resolvió? ¿Qué estudió? ¿A qué se dedicó?. A veces nos salteamos esa etapa y nos preguntamos: ¿Por qué este método no funciona para mí? ¿Lo estoy haciendo bien? ¿En qué me estoy equivocando? ¿El método es tan bueno? Los métodos y reglas generales buscan estandarizar, pero no eliminan la singularidad de cada uno de nosotros. No hay recetas mágicas. La velocidad, automaticidad atenta contra la individualidad que nos enriquece en la diversidad. Cada uno de los libros que leemos, cada uno de los cursos que hacemos alimenta nuestro individuo y lo forma. Cada circunstancia que atravesamos y el modo en que la afrontamos también. Todas son herramientas que colectamos o no, a lo largo del camino de la vida que estamos recorriendo. Cuando aplicamos un método los resultados pueden ser tan diferentes como la cantidad de personas en las cuales se comprueba. El desafío para cada uno de nosotros es crear nuestro propio método que puede estar compuesto por innumerable cantidad de herramientas y que será distinto a todo lo conocido porque tiene un componente que lo distingue, ese componente es “lo propio”. No hay límites que circunscriban esa búsqueda, cada uno decide hasta dónde quiere llegar.