Ayer vi un capítulo de una serie New Amsterdam. Un niño necesitaba un transplante de médula, su madre no era compatible y había que tomar contacto con su padre, con quien hacía 11 años no existía relación. La madre le pide al médico que lo llame. El padre aparece, habla con el médico, mira a su hija a la distancia mientras duerme. Le hacen el análisis, es compatible, dona la médula y se va del sanatorio, sin más. En una conversación posterior entre la madre y el médico, este manifiesta que hubiera esperado otra actitud del padre, le hubiera gustado que se quedara, viera a su hija, y tratara de recuperar el tiempo que estuvo alejado. La madre le dice al médico: «el vino e hizo lo que se necesitaba y hay que dar gracias por eso». Agradecer lo que es, tiene que ver con aceptar lo que cada uno puede dar, sin esperar o exigir más. El pedir algo que el otro no puede dar lo coloca en una situación de impotencia porque no puede entregar aquello que no tiene y eso genera incomodidad, frustración y enojo. El que pide algo que el otro no tiene, no mira al otro y sus posibilidades, se queda focalizado en su deseo, que no discierne frente a quién manifestarse. Esta situación también genera rabia e impotencia. El final feliz que busca el doctor tiene que ver más con su necesidad que con la de la paciente, pues ella recibió lo que necesitaba y puede seguir su vida. El médico en cuestión, también había crecido separado de su padre. Podemos construir nuestro final feliz y eso es nuestra entera responsabilidad, pero no podemos intervenir en la vida del otro para generar el final feliz que nosotros necesitamos. Por ese camino perdemos de vista al otro y sus propios deseos, además de generarnos frustración por algo que no es nuestra responsabilidad. Cada uno construye el final que puede, no está ni bien ni mal, es el propio.