El dilema de la maternidad y los hijos simbólicos.

¿Desde cuándo querés ser mamá? Desde siempre. 

¿Desde cuándo queres ser mamá? No quiero serlo.

¿Se puede querer ser mamá desde siempre? ¿Se puede no querer serlo? ¿es un deseo propio o pertenece a alguien más?

Desde lo personal, la idealización de mi madre como una mujer perfecta que todo lo podía daba por tierra con cualquier intento que quisiera llevar a cabo. Me parecía tan titánico el esfuerzo,  que era demasiado para mi. Me daba por vencida antes de empezar. Nunca podría ser como ella… tampoco quería serlo. Lo descartaba de cajón.

¿Qué implica ser mamá? La gestación, el cuidado, la protección, la crianza, el acompañamiento, la responsabilidad, las obligaciones. Es un listado inmenso.

Criar hijos, atender la casa, hacer la comida, trabajar, sostener todo….un malabarista que nunca descansa.

A veces pienso que hay un momento de la vida en que queremos hacer todo lo que hacemos muy bien y si hay algo que no podemos hacer bien, desistimos antes de fallar o fracasar.

En este entendimiento de hacer algo que disfrutaba y en lo que era buena,  volqué todo a mi profesión y casi casi me pierdo en esa confusión de creer que con eso estaba cubierto todo, al menos para mi. Trabajaba 14 horas diarias, todos los días de la semana incluidos fines de semana y feriados. 

Viéndolo en perspectiva, la profesión fue como un hijo simbólico, la gestación puede ser asimilable a los años de estudio, el parto al momento de recibirse, las dificultades de la niñez a los primeros años de ejercicio de la profesión,  con toda la carga de responsabilidad y obligaciones de la tarea. Al igual que en la crianza de los hijos, la formación profesional es una tarea que nunca termina.

A diferencia del título profesional que es propiedad de uno, alguna vez escuché que los hijos son de la vida. 

¿Existe el instinto materno? ¿Qué confluye para que una persona quiera ser madre o no?

Mis deseos de ser madre aparecieron de repente. En el momento menos imaginado. Fue una tarde en que Andrea cambiaba el pañal de Facundo. Se inclinó para mirarlo, el tomó su cabello y la miró, ese amor que sentí entre ellos me hizo suspirar. Y fue en ese momento, en ese justo momento en que pensé, no puedo perderme ese amor. Fue como diría Vivi,  un instante mágico.

Entonces,   el ser madre tomó otro significado,  ya no pasaba por hacer bien las cosas, tener tiempo, tener control sobre todo, la escuela, los horarios, la ropa, llevar la casa y los hijos sobre los hombros,  sino por experimentar ese contacto amoroso entre dos personas que nunca había visto hasta ese momento.

Pude mirar la maternidad desde otro lugar, un espacio amoroso lleno de humanidad. 

Esa mirada distinta despertó un deseo propio hasta ahora escondido, dormido,  desconocido.

Ya no tenía que ser parecida a nadie, ya no seguía un modelo. Sería la madre que pudiera ser, me acompañaba en la tarea, un hombre que amaba la idea de ser padre y confié en que eso ayudaría, porque los niños por lo menos tendrían el mejor padre.

No fue nada mágico como uno podría imaginar, pero hoy a la distancia puedo decir que fue una de las mejores decisiones que tomé en mi vida.

Años más tarde me daría cuenta de la trascendencia de la decisión.

Al principio me sentía desbordada, no quería salir de casa. Todo me parecía peligroso, habíamos comprado un cochecito cero km y era enorme para caminar por las calles dañadas de Buenos Aires, para subir a un colectivo o un taxi.  

¿La maternidad es para todas? No lo sé. Es una decisión sumamente personal en la que inciden un montón de situaciones atravesadas en nuestra familia de origen y en la planificación de nuestra vida. 

Hay una buena razón para ser madre y también hay buenas razones para no serlo.

Creo que la llegada de los propios hijos,  nos interpela entre ocupar nuestro rol de hijos en la familia de origen y de padres en la familia actual. 

Vemos a nuestros padres como papás, como mayores y a la vez los vemos  como pares porque ambos compartimos el rol de ser responsables cada uno de sus propios hijos, con mayor o menor experiencia y comienzan los ajustes. 

El compartir el rol es un hermoso punto de encuentro porque permite el enriquecimiento mutuo. 

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